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El peligro de no curar las heridas
Con más de medio millón de muertes en todo el mundo, el coronavirus se sitúa como una de las 25 epidemias más mortíferas de la historia. Teniendo en cuenta la población, España, Reino Unido y Bélgica son los tres países con una tasa de mortalidad más elevada, con más de 600 casos por millón de habitantes.
Dejando de lado los datos, si algo está claro es que la situación vivida durante los últimos meses nos ha hecho tener más presente que nunca uno de los grandes tabús de nuestra sociedad, la muerte.
Temida y evitada, la muerte forma parte de la vida y hablar de ella es necesario. Desgraciadamente, es probable que hayas sufrido la perdida de algún familiar o persona cercana. Si no ha sido ahora, en algún momento llegará. Por eso, hoy tratamos de ofrecer algunas pautas para gestionar este momento tan difícil.
El duelo representa una desviación del estado de salud y bienestar, se necesita un período de tiempo para que la persona vuelva a un estado de equilibrio similar. Se puede restaurar el funcionamiento total o casi totalmente, pero hay casos en que no ocurre.
El refugiarse en que el tiempo todo lo cura puede no ser la solución para todo. De aquí la importancia de asumir un rol activo y gestionar el duelo en lugar de hacer como que no ha pasado nada.
Tras una pérdida, hay ciertas tareas a realizar para re-establecer el equilibrio y completar el proceso de duelo. Aceptar la realidad no tan sólo de forma racional sino también emocional requiere un tiempo. Teniendo en cuenta eso, lo primero que hay que evitar es ir con prisas a buscar el placer y evitar el dolor.
Hay momentos en los que toca estar mal y ayuda y mucho permitirnos eso. Sino, con tal de encontrar alivio, podemos vernos escapando de nuestra realidad viajando como método para pasar el sufrimiento, evitar todo lo que nos recuerda a la persona, idealizarla y/o terminar consumiendo alcohol o drogas como forma de evasión.
En este punto podemos encontrarnos con que la sociedad no ayuda precisamente. Muchas personas se sienten incómodas y pueden sentir que no saben qué hacer delante del sufrimiento de otras. Quieren ayudar y con la mejor de las intenciones, pueden ponerte prisa o decirte cómo te estás sintiendo y qué tienes que hacer.
Forzarte a que te distraigas y no te permitas sufrir, negar la necesidad de atender a tus emociones y abandonarse al dolor puede ser del todo desmoralizador e insano. Cada persona maneja la situación a su manera y tratar de que sea “fuerte”, que lo supere rápidamente o que asuma un rol puede potenciar aún más la sensación de incapacidad y ser contraproducente.
Lo mismo sucede cuando tenemos que hablar de la muerte con los más pequeños de la casa.
A todos nos sale el deseo de evitar su sufrimiento, o al menos minimizarlo. De aquí que frecuentemente se tienda a maquillar la forma en la que nos referimos a la muerte.
Aunque sea sin ninguna maldad, comparar la muerte con un sueño eterno por ejemplo puede generar efectos no deseados en la persona. El niño o niña puede temer quedarse dormido y que le suceda algo parecido, o incluso desear dormir eternamente para reencontrarse con la persona fallecida.
Lo mismo puede suceder al decirle que está en el cielo. Si te dicen que está en un lugar mejor y lo hacen en un momento de confusión y pasándolo mal, es completamente comprensible que se le pueda pasar por la cabeza estar en ese estado también.
El asesoramiento psicológico en este proceso puede facilitar una sana aceptación de la realidad, la expresión de las emociones y del dolor así como ayudar en el proceso de adaptación a un medio en el que la persona querida ya no está. Si no se realiza el proceso de duelo adecuadamente, puede aflorar más adelante y el dolor que queríamos evitar multiplicarse.
de Robert Cotonat
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